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  Hay flores en mi habitación, regalo de los chaneques que hacen rondas con los tlacuaches bajo la lluvia en el jardín, flores que sólo necesitan un poco de agua para dejar su perfume de media mañana de abril y después morir… El florero es el sordo testigo de los amantes que, en su nube, desdeñan el dinero que saben nunca es suficiente, e intentan mantenerse lado a lado, viéndose de frente, aunque sea imposible… y esperan a que la mañana traiga consigo al amanecer asesino de sueños, por eso prefieren el cobijo de la noche… sin flores.

Ahora me refugio tras los párpados doloridos de luz, para no arrastrarme a lo largo de esta calle, que se alarga como el río que fue antes de los hombres, y camino todos estos malditos días… cada día y luego al otro día, deambulando en mi único camino, de oriente a occidente, mientras subo y bajo la escalera de la vida, tratando de no caer en la certidumbre que uniforma la desesperanza…

Hay flores en mi habitación que con un poco de agua mueren eternamente, en agua simple, mientras sueño…

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