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Tu mano y tu presencia me dieron la posibilidad de crecer, de valorar duros aprendizajes de vida para reconocer y respetar la fuerza de la razón, el orgullo del carácter y el don de gentes.


La certeza del éxito mediante el esfuerzo y el terrible miedo a la miseria humana convivieron como ángel y demonio en mi conciencia adolescente cuando alimentabas mis sueños con lecturas que nunca imaginaron los otros casi niños de mi clase...


No hubo otra madre para mi, tus manos mostraron el largo camino que inicia en el umbral de la casa materna con un solo paso, con esperanza, con el mundo incierto, enorme, de frente.


Así, eché la mochila al hombro; junto a mis ojos miopes llevé tus ojos para contemplar el amanecer desde la cumbre del volcán que resguarda a su volcana dormida; en los bolsillos envolví tus pies para llevármelos a bailar huapangos en Tamazunchale y Huejutla; acomodé tus oídos en la almohada para sentir el ritmo sincopado de las largas pláticas en náhuatl y totonaco de Olintla y Zongozotla; me guarde el corazón para llamarte por cobrar desde el Golfo de Nicoya para contarte de mis pláticas con el sacerdote poeta y del abandono de la guerrillera que se fué a morir de amor por su tierra a otra sierra que nunca vi...


Tus letras, en cartas secretas, me guiaron por mar hasta el Kotel donde escondí en papel ajado todos mis lamentos futuros. Mis manos pintaron ángeles que todavía cuchichean y cotillean en Tonantzintla de cuando buscaba (entre constelaciones, nebulosas y un cometa promisorio) certezas para mi vida en el observatorio que ya no lo es...


¡Cómo olvidarte! tu presencia ha sido savia nutriente de mis raíces, vigor para los desvelos recientes, señal de avatar para el chandala que aún soy.

Barrio de Jesús Tlatempa, enero 26 de 2021.

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