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Me senté a beber el pulque fresco, en jícara, mientras probaba la barbacoa de chivo, hilvanando cada desamor como pétalos de la noche sin fin de Huamantla. 

Después me fui sin sueño por esos caminos que llevan a Recova, solo para mirar desde lo alto Españita y lo que queda de la hacienda de Santiago Ameca... el sol está alto y la voz de Joaquina, mi abuela, vuelve a enumerar cada dependencia de la hacienda que ahora veo a través de sus ojos, la calpanería, el molino, los establos, la caballeriza, la casa grande... 

Con más pulque, directo del tinacal de Tepalca, salgo tras los astados del campo bravo para ver si recobraba la hombría confundida entre sudor y miedo -solo era la eternidad que pasaba de lado, apenas un instante, rasante, caliente, dejando su aliento animal, urgente...- y yo pensaba en tus ojos sin sonrisa, mientras trazaba con aserrín el mandala de ese día, de esa noche en que nadie duerme.

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