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La verdad, la pura verdad, no sé qué viste en un amigo del mundo, montado en una bicicleta armada pieza a pieza, en abonos, con más ilusión que pericia..., no sé qué creíste que guardaba esa mochila repleta de libros, proyectos a lápiz, película fotográfica sin revelar y los restos de la última ascensión al popocatépetl... dos chanekes, un tacuacín, un licurdillo, dos piripitiches y un jirimillo.
Tu madre profetizaba la catástrofe que finalmente nos alcanzó, después de veinticinco años de azúcar y sal, con más certidumbre que la esperanza de cada día...
Sigo con la mochila al hombro, como entonces, rebuscando tras el horizonte tu mirada, para saber, sin lugar a dudas, que es tiempo de volver, que siempre has sido mi puerto y mi patria, mi kehila y mi casa.
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