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Hasta tu madre llegó a pensar que era para siempre, hicimos planes de espaldas al futuro, sin promesas, bajo la vía del tren, dejamos los sueños recargados en el ahuehuete centenario que un día de septiembre se cansó de la primavera... 

Lo que tu madre no sabía era que los licurdillos, de la higuera de tu casa, te jugaban malas pasadas, confundían tus suspiros y anhelos mientras tus labios juraban amor eterno... 

Al final del día te quedaste sin higos y sin tardes en el zaguán, en una ciudad cercana que no era la tuya. Mientras, la reina de los chaneques me invitaba a su caravana, que ahora iba al norte, a buscar estrellas, cometas y galaxias... 

Así me olvidé de ti, vagando por el páramo con un catalejo en la mano y el corazón doblado en dos pero a buen resguardo. Entonces subí al monte que humea para buscar cometas en el horizonte y me fui hasta la línea que marca la diferencia en la Mesa de Otay para ver como cruzan la frontera los sueños y las pesadillas... para nunca volver.

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