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La ventana se va tornando gris, se desdibuja, y la tarde se escurre de recuerdos, de imágenes que guardaba para cuando te vea...  

Huele a lluvia, a tierra mojada, pero no caen, uno a uno, los mares condensados por el cielo, como en aquel páramo del norte que quisieras olvidar y borrar de tu memoria. 

Afuera, los chinelos bailan y saltan con el frenesí de los sedientos, de los que ríen a gritos, la garganta abrazada de mezcal, la música que retumba y sube por la barranca, y en cada casa la terraza se llena de voces que claman, de flores con el color brillante, alegre, chillón y escandaloso de la pobreza.

La lluvia no llega y el sol se va por la ruta de la sierra, hasta Chalma llegarán los suspiros de luz naranja, mientras los chaneques y los tacuazines bailan con la música de las cigarras los cantos de la lluvia y de la muerte, escondidos bajo las mojigangas, encubiertos de deseos y sueños ajenos y frustrados.

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