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 (Para la niña de mis ojos)
El viento se arrastraba sobre los deshechos tristes de la noche, por momentos no sé, a ciencia cierta, si las sombras que se mueven a mi alrededor son confiables, cada una se mueve con cautela, como midiendo cada paso, con la adrenalina alta en cada esquina. Puedo asegurar, sin duda alguna, que los chaneques siguen rondando a esta hora y que no perdonarían mi ingenuidad si paso muy cerca de su zaguán.
Tengo un regusto a café instantáneo que va y viene, como esta pesadez que me hace andar entre tinieblas. Me ajusto la mochila a la espalda y tapo mi boca con la bufanda gris de cada lunes…
Observo las siluetas de los otros, que se precipitan por el espacio que se abre al frente, cada quien toma una posición, cuida su lugar, corre hasta ponerse a resguardo de las palabras, cada uno se refugia en sus pensamientos, mientras tensa los músculos, listos para la acción… Algunos se asoman al camino con ansiedad contenida… Otros se enconchan con displicencia, unos pocos miran con miedo a cada lado y descuidan la espalda…
Entonces, entonces se escucha un rumor que se acerca, un rumor que crece hasta convertirse en un gran haz de luz que hace lechosa la niebla de humo, que alborota esa peste a diésel y basura que lo llena todo. Con un gran chillido y estruendo, eso blanco que aparece de entre la niebla de humo, saca a todos de su letargo, los más próximos saltan hacia el frente sin pensarlo dos veces, otros se hacen a un lado con temor, se oyen gruñidos y maldiciones y luego… luego el estruendo metálico que cierra y engulle a todos los que pudo… y sin dilación la visión desaparece de mi vista… siento un empujón y un codazo, para constatar que había perdido, irremediablemente, la combi de las seis de la mañana.

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