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Llueve, ¡que llueva, un día, una semana, un año! ¡que lluevan mil años en un día! que el agua purifica que, más bien, enjuaga las máscaras que nos cubren, confunde el llanto, refresca el alma, libera a los chanekes de sus rutinas, esparce tu recuerdo al derredor de mi calma...

Dicen que la lluvia interrumpe guerras, yo solo sé de conciertos, paseos y enemistades cancelados una tarde gris de junio, mientras se inundaba el zócalo de Cholula, como si los tlaloques hubieran olvidado lavar tanta sangre olvidada sobre la plaza de la Concordia, para tomar chileatole en el portal del mercado, comer cemitas en el Suez o jugar la ronda de la nostalgia en el billar del Calcetín...

Caen diminutos océanos sobre las baldosas de la Ciudadela, no dejo de pensar en ti, mientras el cielo y el suelo se juntan, se derraman, luchan, resisten, ceden, sedientos, hambrientos, olorosos a zempaxúchitl y a copal...

Temprano el sol se extiende con pereza, en el aire recién lavado de la noche, con suavidad cómplice, su calor se instala en silencio como compartiendo secretos ajenos y nuevos. Tu sonrisa me llega desde lejos, sin tristeza, con sabor a café recién colado, con ansia por tus ojos grandes, con antojo de tacos árabes y de días nuevos.

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